sábado, 19 de mayo de 2012

PUEBLO CONTINENTE


PUEBLO CONTINENTE

ANTENOR ORREGO

A LAS NUEVAS GENERACIONES
DEL PERÜ Y DE AMËRICA

Dedico este libro a las nuevas generaciones del Perú y de América que sienten el acendrado, el vivo apremio de encontrar su propia alma. A los veinte años hice la primera salida de este viaje en que estoy casi por completo de vuelta. Iba a la busca de nuestra América, de esa América que latía aún bajo los paños mortuorios de un remotísimo ayer y que no acaba todavía de romper la crisálida sepulcral para resurgir hacia un nuevo ciclo de vida.

Entonces nuestras tierras estaban ancladas del todo en las aguas feéricas de Europa. Nuestros buzos más conspicuos y atentos habían fondeado sus escafandras en aquellos golfos donde se escuchan las voces alucinantes de las sirenas áticas, el aullido imperial y cesáreo de la loba romana, el trémolo
escolástico y metafísico del Doctor Angélico, el pesimismo racionalista y  crítico del filósofo de
Koenigsberg, que nos decía, con el particular acento del que ha encontrado la meta definitiva de una cultura: ¡Non plus ultra!; ¡Non plus ultra!  Era un itinerario fascinante, pero un itinerario que no era el nuestro. La sirte procelosa no es sólo abismarse en los sumideros de los maelstroms frenéticos y siniestros; es, sobre todo, la equivocación de la ruta. Se extravía y naufraga, también, el viajero, en un país de maravilla, donde el alma desolada, sin conexiones vitales con la tierra extraña no puede encontrar la sabiduría profunda de sí misma. Un paisaje dorado y riente bien puede ser un sepulcro. Se vive, entonces, como un cascarón flotante, vacío de toda gravitación espiritual, cual una libélula en pos de los castillos multicolores del ensueño.

¡Estábamos deslumbrados y, por ende, estábamos ciegos!
¡Era el agudo resplandor de la fantasía del niño ante las bengalas polícromas de la ilusión!  América no era, porque no éramos, tampoco, nosotros: porque habíamos sido arrebatados de nosotros mismos. Ciertamente, esta evasión excéntrica producíase como en aquellas leyendas infantiles en que la princesa resplandeciente de juventud y hermosura, tornábase, bajo el embrujamiento de un mágico hechizo, en la viejilla desmedrada y enteca de la conseja.

Vosotros, también, jóvenes del Perú y de América, habéis emprendido este viaje, que es  toda una aventura peligrosa, porque no hay sendas conocidas que guíen vuestros pasos. Pero, antes que la pérdida definitiva, es preciso, por lo menos, intentar la salida. Revestíos de la valerosa audacia necesaria a que el destino de vuestra progenie os empuja. La estridencia trepidante del Viejo Mundo os ha descubierto sus rajaduras irremediables, y descubriéndolas ha desvanecido vuestro deslumbramiento. Sois una promoción histórica privilegiada porque el desencanto de lo ajeno y de lo
extraño ha traído la fe y la esperanza en vosotros mismos. Sé que esto sólo se alcanza a través de profundas y dolorosas desgarraduras; pero, es  preciso que cada hombre y cada pueblo asuman la majestuosa responsabilidad de su lágrima y de su dolor, porque la mariposa no surge hacia la luz sino después de romper y desmenuzar en cendales el sudario que la envolvía. A lo largo de mi camino, modesto pero valeroso, también he ido dejando ciertas señales para vuestro servicio. Algunas de ellas las consigno en este libro y abrigo la esperanza de que contribuirán en algo al mejor y más acrecido éxito de vuestra ruta. Por eso,  desde lo más hondo  de mi fe os lo dedico, porque mi fe está ansiosa del porvenir de nuestra América.

A N T E N O R  O R R E G O . Trujillo (Perú), enero de 1937.

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